martes, 16 de noviembre de 2010
Aquí estoy, un día más contemplando todo lo que me rodea.

Allí está ella, pensando en su maldita obsesión, tocandose a cada instante, cada parte de su cuerpo mitad a mitad, buscando el porque le tuvo que tocar a ella, maldiciendose por dentro, por fuera, comiendose la cabeza, pensando, temblando, decaída, pensado en porque nadie se acerca a ella, el porque el mundo la desprecia.

Aquí estoy yo, mirandola, sintiendo afán hacia ella, bajo la lluvia, subo la escalera, mientras el agua me acaricia la cara, refugiada por la música que salia de mis auriculares, me acerque con detenimiento, ella me miró con miedo.

Tranquila, no te haré daño, solo quiero que vengas conmigo, dame la mano, prometo protegerte.
Ella, con voz y sonrisa celestial, me dirije la mirada y solo con el pestañeo de sus ojos, me dió a entender que nunca nadie la había tratado como yo.
Me dió las gracias miéntras me dio una especie de anillo.
- cuídalo, si lo llevas siempre contigo, estaré siempre contigo, te abrazaré aunque no me veas...
y tras esto, desapareció, nunca más pude verla. Ahora sólo me queda ese anillo, ese amuleto bañado en plata, ese anillo que siempre llevo conmigo, ese anillo que te pertenece a ti.

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