Ahí estaba. Mirando por la ventana con una triste y alegre mirada. A su alrededor multitud de desconocidos que miraban a la nada o simplemente dormían.
Una y otra vez se preguntaba si tal vez le estaría esperando esa persona tan importante en su vida, al otro lado de la capital.
Tras unas larga espera, el tren se detuvo. Eso sólo quería decir una cosa. Había llegado a la puerta de su destino. Con miedo se bajó y comenzó a mirar alrededor para ver quien le aguardaba.
Nadie conocido.
Con una fuerte mirada y una gran derrota, salió de la estación rumbo a su casa.
Por el camino, coches pitando, corriendo de un lado a otro, multitud de personas, unas iban a lo suyo, otras miraban con cara extraña...
No le dio importancia y siguió hacia delante.

Justamente al doblar la esquina, vio a alguien conocido por el "rabillo del ojo" y para su alegría, allí estaba esa persona que deseaba ver a la salida del anden. Corriendo para no perder su rastro, casi llorando al ver que estaba a punto de perderle el rastro.
Tras volverse y mirarse cara a cara, entre la multitud, sus caras cambiaron completamente. Sus apariencias no eran las mismas desde la ultima vez que se vieron, pero había algo que no había cambiado, sus sentimientos.
Tras contenerse de emoción, aguantaron sus lágrimas que una vez sonaron a despedida para convertirlas en un reencuentro.
No entendían el porque de todo este tiempo sin verse, aunque esas largas charlas nocturnas consolidaba el tiempo perdido.
Saber que estaban bien día a día y que eran felices, era motivo suficiente para compensar la distancia.
*Este sufrimiento no puede durar. Debo recordarlo y tratar de controlarme. Nada dura realmente. Ni la felicidad ni la desesperación. Ni siquiera la vida dura tanto. Llegará un día en el futuro en el que no piense en esto nunca más, en el que pueda mirar atrás y decir en paz y tranquilidad lo tonta que fui... ¡No, no, no quiero que ese momento llegue nunca! Quiero recordar cada minuto, siempre, siempre hasta el fin de mis días.*
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